El paradigma de la contemplación, del consumo o del goce de la imagen se ha modificado considerablemente. La racionalidad modernista exigía no sólo una mirada púdica de la imagen; solicitaba también su escudriñamiento. Si nos atenemos a la fuente de esa contemplación, que por excelencia es el ojo del Quattrocento, podemos afirmar que el consumo de hoy se presenta como irracional. Hoy día la imagen ya no se segmenta cognitivamente como lo exigían las obras de Piero de la Francesca.
Quizá porque Piero sabía que su consumidor era aquel mecenas familiarizado con el mundo del cálculo geométrico de los volúmenes y de los espacios. Quizá también porque la formación que tenía el público potencial del Renacimiento era el comerciante que en su espíritu iba a disfrutar la imagen que le revelaba formas matemáticamente calculadas, volúmenes expresados en términos de "representación" de la realidad. Quizá por ello Piero de la Francesca escribió también un trabajo sobre las matemáticas financieras de la época, propio para los aprendices que se ejercitaban en el oficio del comercio. Ahí, las relaciones entre las matemáticas y el arte fueron determinantes para consolidar el desarrollo pleno de la perspectiva.
Con una técnica y un soporte diferente, las imágenes se produjeron para las catedrales del medioevo; en el alto Renacimiento italiano, hasta llegar a la revolución impresionista. En todos estos casos, el desarrollo tecnológico ha estado relacionado con el desarrollo del arte para visualizar el mundo. No es posible concebir un salto cualitativo en la producción de la imagen, sin un dominio absoluto de ciertas técnicas de la época por los artistas. Hoy día, el artista de este fin de siglo se ve en la necesidad de que, para proponer una nueva ruptura en el paradigma de la producción de imágenes, tendrá que hacer uso de las tecnologías más avanzadas para lograrlo.
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