La imagen en el arte y el arte de la imagen

Desde la Prehistoria hasta el Renacimiento domina una imagen única. Durante mucho tiempo les fue concedido sólo a unos pocos poseer una imagen, poder verla y eventualmente permitir hacer copias de ella. De este modo, en algunos países y climas, el fresco fue reemplazado rápidamente por pinturas más fácilmente transportables sobre madera, cobre o tela.

Por este motivo, es difícil desligar la evolución de la imagen del avance tecnológico. Desde Lascaux y Altamira, el magdaleniano tuvo la oportunidad de trascender a través de sus obras. Ahí se requirió de un dominio absoluto de dos elementos inherentes al arte de la imagen: las líneas y las superficies; esos mismos elementos que 30 siglos después Kandinsky volvería a retomar.

Imaginemos al artista del magdaleniano penetrar en lo profundo de las cavernas, eligiendo no sólo el tema, sino éste a partir de la superficie donde lo va a plasmar, y el juego de luces y sombras en movimiento que le permitía el fuego de las antorchas con que se acompañaba el ritual del arte. Imaginemos el espíritu contemplativo de su público, que de manera similar penetraba en la gruta para admirar la "vida" cotidiana representada en la roca de la cueva. Nunca se imaginaron que su espíritu contemplativo, lleno de asombro, perduraría por 30 siglos, pues a los hombres de hoy nos sigue impactando de la misma manera.

Sólo con un dominio muy avanzado de una técnica para producir los pigmentos y para plasmarlos en la roca fue posible que esas imágenes nos permitan estar en comunicación con el hombre del Cro-magnon. Fue también una técnica, otra diferente, la que han tenido que dominar los artistas de las épocas que prosiguieron.

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